Quizás, desde que asumió el poder, el gobierno de la señora Sheinbaum no vive sus mejores días
Leopoldo González
Quizás, desde que asumió el poder, el gobierno de la señora Sheinbaum no vive sus mejores días.
Uno pensaría que, por ser la primera mujer que encabeza el Ejecutivo, podría merecer la cortesía de gobernar un hato de ovejas, una colonia de delfines o una parvada de pájaros, y no el potro salvaje mexicano que han puesto en sus manos.
Ella y alguien más querían asegurar la presidencia en las mismas manos y el mismo grupo, forjado en las grillas de los corredores de la UNAM, y esa suerte le tocó a ella: cabrestear a un animal de pezuña que para nadie ha sido fácil gobernar.
El General Porfirio Díaz, entre el folclor y el sarcasmo de aquellos días, creó una filosofía de arrabal para explicarse y explicarnos cómo es el pueblo de México, la cual condensó en frases cortas como esta: “Es más fácil arriar guajolotes a caballo que gobernar a los mexicanos”. Algo o mucho se podría aprender de aquel oaxaqueño célebre en los días que corren.
Frente a los desafíos que tiene enfrente y en el frente, no se ve cómoda ni satisfecha a la señora Sheinbaum, sino todo lo contrario.
Vulnerabilidades y traspiés han marcado los nueve meses de su gobierno, pese a que un pacto clientelar puso todo el poder en sus manos.
Si a la ilegitimidad de origen se suma el tener que gobernar con un gabinete que la señora no escogió y con un partido cuya dirigencia no sigue los dictados del claudismo, se está frente a un poder presidencial débil y vulnerable, y eso sólo conviene a quienes están en el ocio de la hamaca o contando borreguitos.
Tres cosas, tres circunstancias delatan la fragilidad de la investidura presidencial y de los símbolos del poder.
Se aprecia a una mujer de gobierno muy sola, sin correas de transmisión, sin mancuerna de poder y sin oidores confiables, salvo la presencia de un Omar Hamid García Harfuch que habla en el único lenguaje que debería hablar el poder: el de los hechos y los resultados.
Se observa a una presidente sin equipo, mejor dicho, desequipada: una titular del Ejecutivo a la que le hacen falta secretarios y titulares de despacho propios, que sirvan a la visión claudista y no a la visión obradorista del país. La señora Sheinbaum gobierna con una camisa de fuerza que no es de su talla, de modo que se ve precisada a tomar decisiones -frecuentemente- desde el calcio de los huesos.
Se ve a una señora Sheinbaum sin agenda propia y a la que todo se lo imponen López Obrador, Rosa Icela Rodríguez, Jesús Ramírez Cuevas, Edgar Amador, el impresentable de Fernández Noroña y otro club de impresentables que operan en las sombras.
En otras palabras, Claudia Sheinbaum no está haciendo un gobierno con personalidad propia, situado en los horarios y en las visiones de hoy, sino de acuerdo con el instructivo y la hoja de ruta del “viejito de Macuspana”.
Gobernar desde ahí, desde la voluntad de otro y a partir de la prisión de los intereses creados de un grupo de poder, como que no es muy higiénico y tampoco muy constitucional.
Luego entonces, el problema de la señora Sheinbaum no son los estadounidenses Trump, Noem, Marjory Taylor, Pam Bondi, Jeffrey Lichtman ni nadie más, sino la herencia envenenada que le dejó, en todos los aspectos, el inquilino de Palenque.
Asimismo, el verdadero problema para la señora Sheinbaum no es la oposición, ni el que haya críticos acérrimos de su gestión, sino la negra herencia que representan para su gobierno Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Mario Delgado, el nunca bien ponderado Andy, Manuel Bartlett y otros huachicoleros que dejó como garrapatas del poder su antecesor.
El problema del gobierno de la señora Sheinbaum es que no desempeña su propia presidencia ni encabeza su propio gobierno, sino que parece una proyección borrosa de la sombra del Mesías.
Ese asunto, como todo en la teoría política, tiene solución: pero eso depende de ella. Ojalá una estrategia global le permita ser, sin regateos ni reconcomios, la titular del Poder Ejecutivo.
Pisapapeles
No hay eufemismo ni silogismo que parta el poder en dos: o se ejerce por completo o no se ejerce. Así de simple.
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