El Derecho a la Ciudad

FRANK GEHRY Y EL EFECTO GUGGENHEIM

Salvador García Espinosa

El pasado 5 de diciembre los noticieros dieron cuenta del fallecimiento, a los 96 años, del arquitecto Frank Gehry, nacido en Ontario, Canadá, y posteriormente adquirió la nacionalidad estadunidense. Su verdadero nombre fue Frank Owen Goldberg, en alguna entrevista señaló que sufrió comportamientos antisemitas por su origen judío e incluso hubo otros arquitectos que se negaron a trabajar con él, por lo que decidió cambiarse el apellido de Goldberg a Gehry.

Tras trabajar en varias firmas, durante 33 años logró abrir su estudio en Santa Mónica, California. En 1989, cuando contaba con 68 años ganó el premio Pritzker, que es el más prestigioso del mundo de la arquitectura. Considerado como una “superestrella” mundial de la arquitectura, de entre sus obras más emblemáticas está el Centro Stata, Instituto Tecnológico de Massachusetts; la Torre Gehry, Hannover, Alemania; el Museo de Arte Weisman, Mineápolis, Minnesota; la Sala de Conciertos Walt Disney, Los Ángeles; el Biomuseo en la Ciudad de Panamá, Panamá y sin duda el más conocido es el Museo Guggenheim Bilbao, en Bilbao, España.

Inaugurado en 1997, el Museo Guggenheim Bilbao se convirtió en el ícono del proceso de transformación que tuvo la ciudad de Bilbao, que pasó de una ciudad industrial en decadencia dependiente de una industria siderúrgica a una ciudad cultural. Si bien la transformación de la ciudad fue gracias a significativas inversiones para la recuperación ambiental del río Bilbao, así como infraestructura para mejorar su conectividad, el museo se convirtió en un símbolo de modernidad, renacimiento y esperanza, cambió la percepción de Bilbao para sus habitantes y el mundo, su geometría y diseño vanguardista de titanio, el museo se convirtió en la imagen de la ciudad en el contexto internacional.

Una estimación en 2013 atribuía al Guggenheim la generación de 273.8 millones de euros al PIB. El museo se tradujo en lo que se denominó “Efecto Bilbao” o “efecto Guggenheim” convertido rápidamente en una moda mundial de regeneración urbana a partir de la cultura como detonador, pero con un objetivo turístico; dado que los turistas, que acudirán por miles, dinamizarán la actividad económica de la ciudad. Se trata, no de un edificio, sino de una “escultura arquitectónica”, ahí es donde lo singular de la arquitectura de Gery fue determinante. Su atractivo fue tal, que posibilitó la transición económica de Bilbao del sector productivo-indistrial al de servicios con base en el ocio y la cultura como negocio. 

El Guggenheim se construye para detonar la regeneración no sólo de un sector en términos urbanos, sino más que nada, económicos. El mismo Gery fue contratado para replicar el éxito español en Los Ángeles, con el Walt Disney Concert Hall; el Museo de la Cultura Pop de Seattle, en el Estado de Washington; el Biomuseo en la Ciudad de Panamá, Panamá y el Guggenheim de Abu Dabi, que, a 20 años de haberse iniciado, será inaugurado en 2026. Con toda proporción guardada, algunos ejemplos en México de este “efecto Bilbao” es el museo Internacional del Barroco en Puebla del arquitecto Toyo Ito; el museo Soumaya en CDMX, del arquitecto Fernando Romero. 

Lo que Frank Gehry logró demostrar, al crear el museo Guggenheim, es el potencial simbólico de la arquitectura como elemento de identidad; no se trata de la función del edifico, en este caso del museo, sino de la generación de un lugar de encuentro, de un imaginario de modernidad, la posibilidad de realizar grandes obras arquitectónicas para la población en general, y no sólo para las clases privilegiadas como habían sido las oficinas y consorcios empresariales; una arquitectura para mejorar la calidad de vida de las masas. La materialización del cambio, el ícono de una ciudad que busca posicionarse en el ámbito internacional ya no con un patrimonio histórico, sino con su arquitectura innovadora en materiales, formas y propósitos.