El Caballo de Turín, de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, aborda cuestiones sobre la existencia y la función del hombre como ente destructor de la humanidad como estructura social
Juan Pablo Arroyo Abraham, colaborador La Voz de Michoacán
¿En qué momento el cine, como herramienta artística, se alejó de su objetivo principal: mover las emociones más profundas del espectador?. Cabe aclarar que no se puede generalizar con este cuestionamiento, pero tristemente, aquellas películas que nos dejan alguna huella indeleble, son cada vez más escasas, y que lo que hoy predomina, es una industria del entretenimiento, banal y superflua.
Hace unos días experimenté uno de los momentos más intensos de mi vida como espectador. Y no, no fue en el cine. Esto sucedió cuando, por azares del destino, iba pasando casualmente frente al Teatro Español en Madrid, vi la cartelera y compré dos entradas para Esencia, una obra teatral escrita por Ignacio García May, dirigida por Eduardo Vasco, y en donde dos de los actores más importantes de la escena española me sacudieron las emociones durante 80 minutos.
Juan Echanove y Joaquín Climent interpretan a Pierre y a Cecil, un par de escritores que, después de varios años de no verse, se reencuentran accidentalmente en un restaurante. Con tan solo una mesa y dos sillas decorando la escena, estos intérpretes nos transportan por un laberinto lleno de emociones, en donde lo que al principio pareciera un simple conversatorio entre amigos, se convierte, gradualmente, de manera magistral diría yo, en una exploración sobre la vida misma, poniendo en tela de juicio todo aquello que consideramos real y genuino.
Para contextualizar un poco. Ambos personajes esperan la llegada de un misterioso autor, Balthazar Cromm, quien nunca aparece (o que quizá ha estado presente desde el principio) con la intención de hacerle una entrevista, ya que su trayectoria como escritor ha sido siempre una incógnita en el argot literario. La filosofía que Cromm usa en sus libros difiere totalmente de los estilos comerciales contemporáneos; es decir, este autor invisible que desencadena toda la trama de la obra, torna el casual encuentro entre ellos en un análisis profundo sobre la vida misma.
Balthazar, en su más reciente libro, Náufrago, siembra una duda con tintes de complot: existe un Gobierno Mundial en el que cada suceso de la historia ya está planeado, desde los orígenes de la humanidad hasta la actualidad. Es decir, hay un Plan Maestro donde está escrito nuestro pasado, presente y futuro. Todo lo que hoy somos como sociedad ya estaba previsto por alguien. En Náufrago, “se guioniza la realidad”, haciendo de ella una distopía paranoica que nos somete constantemente al yugo de la desconfianza y suspicacia generalizadas, junto con la creencia de que alguien o algo está intentando dañarnos o controlarnos en secreto. Es precisamente este tipo de enigmas los que caracterizan a la obra en su totalidad: la constante duda entre la realidad y la ficción.
La mentada cita entre los escritores y Cromm se había agendado por medio de mensajes de texto; a ambos se les citó en este lugar. Es una oportunidad única y tanto Pierre como Cecil saben que no la pueden desaprovechar. Por fin conocerán al creador detrás de esos libros tan controversiales, cuyos cuestionamientos sobre la humanidad lo diferencian del resto de la cultura pop contemporánea. Cromm se da el lujo de ahondar en absurdas teorías conspiranoicas que, por su profundidad y complejidad analítica, dejan en ridículo a escritores como Pierre y Cecil, quienes a pesar de ser reconocidos en el mundo literario, no dejan de ser “simples contadores de relatos”.
Conforme pasan los minutos y los diálogos aumentan su intensidad, se va develando, poco a poco, de manera casi imperceptible, que probablemente Pierre es Balthazar Cromm. Sí, posiblemente (aunque nunca lo sabemos a ciencia cierta) el mismísimo Pierre es el autor de Náufrago. ¿Pero porqué suponemos esto? Por dos razones. La primera porque Cromm nunca llega a la cita. Y la segunda, y la más importante, porque Pierre (y aquí viene el clímax de la trama), como un tornado que comienza con un aire ligero y se convierte en desastre natural, “escupe” un monólogo que sostiene los mismos fundamentos que Balthazar plantea en sus teoremas. En este punto, Esencia, está llena de intensidad y confusión; el espectador ya no tiene escapatoria y se encuentra inmerso en las vertiginosas letanías que, en un tono cada vez más poderoso, Pierre lanza sin pudor (viéndonos de frente y a la cara) a los ahí presentes, rompiendo la cuarta pared y haciéndonos partícipes de este desbocado ejercicio existencialista.
Ya en este momento, por lo menos yo, estoy sumamente afectado, no solo por la excelsa interpretación de Echanove, sino por el poderoso contenido de los textos de Ignacio García May. ¿Pero y qué tiene que ver esto con el cine?, pues todo. Al estar sentado ahí, en esa butaca, sentí nostalgia y hasta cierta envidia generada por esa gran brecha complaciente del séptimo arte versus el poder del teatro como medio de expresión.
Una de mis películas favoritas es El Caballo de Turín, de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, en la cual también se abordan cuestiones sobre la existencia y la función del hombre como ente destructor de la humanidad como estructura social. En ella, después de extensos momentos agónicos, sucede uno de los monólogos más extraordinarios (por lo menos para mí) de la historia del cine: cuando un extraño visitante rompe el silencio sepulcral de los personajes principales, entra a su casa (con la excusa de comprarles aguardiente) y les recita, con una seguridad que asusta, teorías sobre el hombre y su errática función en el universo.
Días atrás, en Esencia, recordé el porqué hago lo que hago. Me cautiva cautivar, me apasiona apasionar, pero sobre todo, entre esas butacas del Teatro Español, entendí que es urgente recuperar la esencia de la expresión cinematográfica. El teatro sigue siendo fiel a su naturaleza pura, no está tan “manoseado” y al no ser (desafortunadamente para algunos) una industria tan consolidada como el cine, se da el lujo de permanecer intacto y conservar su fuerza. En Esencia, lo que al principio prometía monotonía y aburrimiento, se convirtió en una abrumadora dosis de verdades que se clavaron en mi ser. ¿Y qué no debería ser esa la función del arte en general?
Hoy desde mi trinchera como cineasta, me exijo recuperar la esencia de mis ideales, esculcar en el baúl de mis sueños originales e insistir en hacer un cine que grite, que grite fuerte aún en sus silencios.
Espacio Solaris es un espacio de exhibición cinematográfica independiente, alternativo e incluyente ubicado en el corazón de la ciudad de Morelia. También es el hogar del podcast Butaca 39 y de la Muestra de Cortometraje Contemporáneo 5C.
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