La fotohistoria holandesa aprecia y describe a niñas, niños y adolescentes cargando armas no letales, pero idénticas a AK-47 y armas cortas que parecen reales

Lorena Cortés

Es profundamente relevante y reveladora la publicación en un diario holandés, De Volkskrant, el pasado 10 de diciembre, titulada “kindermilitie” en Michoacán, por su traducción, milicias infantiles.

Se trata de un reportaje que ha causado un impacto entre los habitantes de Países Bajos y que habla de infancias formadas bajo una estética militar en un contexto generalizado de violencia y militarización, en la capital del estado de Michoacán, Morelia.

La fotohistoria holandesa aprecia y describe a niñas, niños y adolescentes cargando armas no letales, pero idénticas a AK-47 y armas cortas que parecen reales, y que son entrenados por una Asociación Civil, “Guerreros Aztecas de Morelia”, en un entrenamiento basado en “disciplina militar”, valores y respeto a la patria.

Las imágenes del reportaje de ese medio holandés son brutales: niñas, niños y adolescentes uniformados como militares, portando armamento no letal, formados en filas, marchando; actividades rotuladas como “supervivencia”, “defensa personal”, “entrenamiento militar”, “estrategia militar sobre el terreno”. El lente europeo señala que los campamentos de Guerreros Aztecas inician al alba, en cerros a la intemperie, con rigor militar; lo mismo se ejecutan marchas y arrastres en pendiente, desplazamientos coordinados, orientación en terreno, etcétera.

Que Holanda lo vea distinto dice mucho. No se trata de criminalizar a la Asociación Civil; es muy loable la labor, y bastante hacen ante la ausencia de actividades extraescolares que el gobierno no ofrece. Sin embargo, ellos, los holandeses, leen la infancia desde un marco normativo anclado en la educación para la paz, no para la guerra.

Para la mirada holandesa, no importa cuántas veces se invoquen valores o patria, un niño entrenado bajo lógica militar, en un entorno de violencia generalizada y con la militarización del país y del estado, son infancias formadas para la guerra, lo que las pone en riesgo.

No es sólo el tipo de formación de Guerreros Aztecas, sino la normalización y omisión institucional que los rodea. En Michoacán, donde la apología del delito está tipificada en el Código Penal, estas prácticas se integran al paisaje sin acompañamiento, sin regulación y sin una evaluación seria de riesgos.

La pregunta es inevitable ¿esto es apología de la guerra, de las armas y de la violencia? Cuando se naturaliza la estética castrense, se glorifica la disciplina armada y se entrena a menores bajo lógicas tácticas en un contexto de violencia generalizada, sí, se cruza la línea hacia una apología simbólica que legitima la fuerza como valor y pedagogía. El silencio y la indiferencia oficial los hace cómplices por omisión.

Las autoridades del estado y del municipio voltean a otro lado, quizá porque la estética militar se ha vuelto cotidiana en un estado y en un país profundamente militarizados.

Educar para la paz exige exactamente lo contrario: pensamiento crítico, resolución no violenta de conflictos, no la repetición ritual de la estética armada. Los desfiles van y vienen y sobre la avenida más emblemática de Morelia, cada 30 de septiembre, Guerreros Aztecas marchan con uniformes, consignas y marcialidad a plena vista de autoridades locales, estatales y federales, y esa exhibición pública normaliza lo que debería incomodar. Tolerar la apología simbólica de la guerra y de las armas equivale a legitimar la violencia como método educativo y horizonte de vida para la infancia.