En seguridad pública no hay margen para la simulación: dar resultados implica método, constancia y pragmatismo, lejos de la política tradicional.

Lorena Cortés

Conmemorar una década de una institución policial no es un acto ceremonial menor. En seguridad pública, recordar es asumir responsabilidad, porque las policías no nacen solas ni se sostienen por inercia, se construyen desde decisiones políticas contundentes. Así nació la policía municipal de Morelia.

La Policía de Morelia fue creada en 2012, como resultado de una decisión deliberada del entonces presidente municipal interino, Manuel Nocetti Tiznado, de asumir una responsabilidad que muchos preferían eludir, que la capital del estado contara con un cuerpo policial propio, conforme al artículo 115 constitucional. La creación institucional fue el primer paso; la construcción del modelo vendría después.

En tiempo récord, Manuel Nocetti impulsó lo que pocos conocen detrás de la creación de ese cuerpo policial municipal. Tras gestiones directas ante el entonces presidente Felipe Calderón, se logró que los recursos del SUBSEMUN, entre 70 y 80 millones de pesos,  se transfirieran directamente al municipio de Morelia, y no a la tesorería estatal. Con el respaldo del gobernador Fausto Vallejo, Morelia ingresó al circuito formal de corresponsabilidad federal, estatal y municipal, no sin resistencia de diversos actores políticos que consideraban más cómodo y políticamente menos riesgoso que la seguridad siguiera siendo “asunto del estado”. 

Ahí nace, en términos estrictos, la policía local, que hoy suma trece años de vida institucional.

Las instituciones se prueban en el tiempo y si hoy la Policía Morelia puede hablar de continuidad y reconocimiento, es porque hubo liderazgo municipal dispuesto a asumir esa responsabilidad. Ese liderazgo permitió que, en 2015, la corporación diera un paso adicional y se consolidara el primer modelo formal de seguridad ciudadana, incorporando criterios de profesionalización y  proximidad, en medio de una crisis de inseguridad que asechaba a Michoacán.

En sus dos administraciones, Alfonso Martínez Alcázar tuvo el tino, poco común en la política local, de poner la seguridad en manos de perfiles con trayectoria, carácter y conocimiento, no de ocurrencias ni de cuotas, entendiendo que una policía no solo se crea,  se modela, se cuida y se fortalece en el tiempo.

Primero, al confiar en Bernardo León Olea, se colocó a Morelia en la conversación nacional e internacional sobre justicia cívica y buenas prácticas locales. Después, bajo una presión política inédita, Alejandro González Cussi sostuvo el timón con precisión técnica, reconstruyendo capacidades y tejiendo alianzas que devolvieron a la corporación al radar internacional. Hoy, con José Pablo Alarcón, policía de carrera formado en el ámbito policial con los más altos estandares, el mensaje es aún más potente el servicio publico de carrera es el camino.

Las instituciones se sostienen cuando las carreras existen, y José Pablo Alarcón encarna ese paradigma que el país necesita para construir organizaciones que superen los ciclos políticos. No es solo un nombramiento; es una señal de madurez institucional.

En seguridad pública no hay margen para la simulación: dar resultados implica método, constancia y pragmatismo, lejos de la política tradicional. Por eso, los liderazgos que logran ordenar la calle, reducir el miedo y elevar los estándares de convivencia y seguridad empiezan a ser leídos con otra profundidad.

No solo como jefes operativos, sino como figuras capaces de conducir una ciudad, porque gobernar, en su expresión más exigente, es aprender primero a cuidarla. A diferencia de otras áreas de la administración pública, la seguridad se valida en resultados palpables y cotidianos, en cambios que la gente percibe en su entorno inmediato; cuando esos resultados aparecen, el liderazgo deja de ser retórico y se vuelve naturalmente político.